domingo, 24 de abril de 2011



Hace poco tuve la ocasión de ver nuevamente una de esas fotografías que han tenido el privilegio de darle la vuelta al mundo en más de una oportunidad. Me refiero a una de esas primeras imágenes tomadas a nuestro hermosísimo planeta desde la Luna.

Es ese famoso punto azul revestido parcialmente de blanco ocupando su lugar en un espacio que nos luce infinito…, nuestro hogar planetario, cuya imagen acompaña a esta reflexión. 


Majestuosamente y desde siempre nuestra Tierra recorre su órbita alrededor del Sol en solemne peregrinar sin dejar de concebir el día y la noche, las estaciones del año, las corrientes marinas, las auroras, la fuerza de los vientos, el vuelo del águila, el estruendo del volcán, el crujir de los hielos… 

Si tuviera la oportunidad de ver a nuestro planeta..., a nuestra amada Tierra, desde la Luna, seguramente tendría sentimientos encontrados. 

Me invadiría la nostalgia y la tristeza, al ver lo que nosotros los humanos estamos haciendo de ella y de la convivencia entre nosotros: guerras por doquier, contaminación a la orden del día, océanos y mares empobrecidos o en peligro de perder su legítima biodiversidad, ríos y lagos depauperados y maltratados, hambre y enfermedades reclamando muertos, como si los que propiciara la guerra y la violencia callejera no fueran suficientes, creación artificial de enfermedades para legitimar nuevos mercados, sometimiento subliminal de una sociedad adormecida e hipnotizada en un submundo abigarrado de esnobismos inútiles, acumulación de riqueza a cualquier precio y el cíclope esfuerzo por avasallar, no digo, al que vive al otro lado de la frontera, sino al vecino; la desinformación como arma de adormecimiento y confusión social, el desinterés por el bienestar ajeno, la falta de sensibilidad en los mercados y la condición humana, la amenaza nuclear. Obviamente, algo en nosotros no está funcionando bien. 

 Por otro lado sentiría el canto unísono y vital cobijándose en cada árbol, en cada insecto, en cada ser humano…, en todo lo que exprese vida. Vería las manos de Dios esculpiendo los montes y cada piedra…, diseñando el camino de los ríos y los vientos…, estampando su rúbrica en toda forma manifestada en el planeta y más allá de este. Sería una experiencia…, cómo podríamos llamarla?..., ¿mistica? 

La experiencia me haría sentir más humano, aunque a decir verdad, para sentirnos más humanos no tenemos necesidad de viajar al espacio, más bien dentro de nosotros mismos. Allí encontraremos el bálsamo que cura todas las heridas y nos enseña a ser verdaderamente humanos. Es allí donde verdaderamente brilla el Sol. 

 Un fuerte abrazo. ALBATROS

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